El problema del amor se me aparece como una montaña monstruosamente
grande que con toda mi experiencia no ha hecho más que elevarse,
precisamente cuando creía casi haberla escalado.
En la etapa de la infancia el problema es el amor de los padres; para el anciano el problema es lo que ha hecho con su amor.
La implicación del amor en todas las formas de vida, en la medida en
que es general, es decir, colectiva, constituye la menor dificultad en
comparación con el hecho de que el amor es también, eminentemente, un
problema individual. Esto quiere decir que pierden su validez cualquier
criterio y regla general.
Es la incapacidad de amar la que roba
al hombre sus posibilidades. Este mundo solamente es vacío para aquel
que no sabe dirigir su libido a las cosas y personas para hacércelas
vivas y bellas. Lo que, por tanto, nos obliga a crear un sustituto a
partir de nosotros mismos no es la carencia exterior de objetos, sino
nuestra incapacidad de abrazar amorosamente algo que está fuera de
nosotros.
El problema del amor pertenece a los grandes
padecimientos de la humanidad, y nadie debería avergonzarse del hecho de
tener que pagar su tributo.
El amor verdadero establece
siempre vínculos duraderos, responsables. Necesita libertad sólo para la
elección, no para la realización. Todo amor verdadero, profundo, es un
sacrificio. Se sacrifican las propias posibilidades o, mejor dicho, la
ilusión de las propias posibilidades. Si no requiere este sacrificio,
nuestras ilusiones evitarán que se establezca el sentimiento profundo y
responsable, con lo que se nos privará también de la posibilidad de la
experiencia del verdadero amor.
El amor tiene más de una cosa
en común con la convicción religiosa. Mal caballero de la dama de su
corazón es quien se echa atrás ante la dificultad del amor. El amor se
comporta como lo hace Dios: ambos se entregan sólo a su servidor más
valiente.
La mujer sabe cada vez más que sólo el amor le da
forma plena, del mismo modo que el hombre comienza a sospechar que sólo
el espíritu da a su vida un sentido superior, y ambos buscan en el fondo
la mutua relación anímica, porque el amor necesita al espíritu y el
espíritu al amor para complementarse.
Aquí se trata de lo más
grande y de lo más pequeño, de lo más lejano y de lo más cercano, de lo
más alto y de lo más hondo, y nunca puede decirse una cosa sin la otra.
Ninguna lengua se encuentra a la altura de esta paradoja. Sea lo que sea
que pueda decirse, ninguna palabra expresa la totalidad.